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DOMINGO VI DE PASCUA

Juan 15, 9-17


Comentario

El texto que hoy escuchamos del evangelio es continuación y paralelo al que leíamos el domingo pasado (15, 1-8) Prescindiendo ya de la alegoría de la vid y los sarmientos, Jesús afirma que vivir unidos a él es vivir en el amor.

“Permanecer” significa fijar la morada, establecerse en un hogar. Y Jesús nos pide permanecer en su amor, que es comunicación del amor del Padre. Permanecer en Cristo es entrar en la comunión de amor entre el Padre y el Hijo, es hacer nuestro hogar en Dios, y supone una apertura incondicional al don de Dios. Esta comunión de amor nos lleva a la alegría plena, a al vida en plenitud, a la salvación.

Para pode permanecer en Cristo el discípulo ha de cumplir el mandato del amor, mandamiento que resume y contiene en sí todas als exigencias de la vida cristiana. Y el cumplimiento del mandato del amor tiene como modelo al mismo Cirsto, el Buen Pastor que da la vida por los suyos. Estamos llamados a vivir el amor con la misma disponibilidad, con la misma entrega y con la misma radicalidad que lo vivió Jesús. La realización de este mandato del amor será el distintivo de los discípulos de Jesús, la señal que nos acredite como amigos suyos.

Se subraya en el texto que la iniciativa es de Jesús: “no me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros.”

Es muy de destacar en las palabras de Jesús, dentro del contexto de una cena de despedida, en una atmósfera fraterna y amical, la expresión “desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.”

El siervo, el esclavo, obedece a su señor, cumple sus órdenes, pero no le conoce, no sabe porque hace las cosas, no participa en sus deliberaciones. Esta no es nuestra relación con Dios, porque Jesús nos ha dado a conocer el amor del Padre. Nuestra relación es de cercanía, de confianza, de amistad. Jesús nos coloca en situación de intimidad con Dios.

Los discípulos, dice Jesús, han sido elegidos y destinados para dar fruto y que su fruto dure. Y este fruto no puede ser otro que el amor fraterno expresado en obras siguiendo el modelo del mismo Jesús.

Finalmente, Jesús asegura a sus discípulos que todo lo que pidan al Padre en su nombre se les concederá.

Dice la psicología evolutiva que nadie puede amar y vivir con razonable madurez, si no se ha sentido amado en su infancia. Para poder amar, primero hay que sentirse amado.

Hoy la liturgia nos invita a sentirnos amados por Dios, a abrirnos al don de su amor gratuito, a contemplar en la persona de Jesús el rostro del Padre que nos ama hasta la locura. Si hacemos esta experiencia, si nos dejamos empapar del amor que Dios nos tiene, no podremos por menos que vivir amando.

José Francisco Riaza

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