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DOMINGO V DE PASCUA

Juan 15, 1-8


Comentario

El texto del evangelio que escuchamos hoy se sitúa en el marco de la Última Cena y pertenece al discurso de despedida. Podríamos decir que Juan nos recoge aquí el testamento de Jesús.

No se trata `propiamente de una parábola ni de una alegoría, sino de un discurso en el que aparecen imágenes metafóricas que nos ayudan a descubrir la profundidad del mensaje.

El tema es la relación de intimidad entre los discípulos y Cristo. En los ocho versículos del texto aparece cinco veces la expresión “Permanecer en mí”. La fe es adhesión vital del creyente a Cristo, íntima comunión con él. Sin ello el creyente no puede vivir, porque en Cristo está la fuente de la Vida verdadera, hemos de permanecer unidos a él, injertados en él, como los sarmientos en la vid, para tener vida.

También aparece cinco veces en el texto la expresión “dar fruto”. Desgajados de la vid que es Cristo, no podemos fructificar, “porque sin mí no podéis hacer nada”. Sólo en la íntima comunión con Cristo podremos dar frutos abundantes que nos manifestarán como discípulos de Cristo y darán gloria al Padre.

Jesús utiliza, una vez más, una imagen familiar para sus oyentes, porque está muy presente en el Antiguo Testamento. Is 5, 1-7; Ez 17, 1-10, Salmo 80. En todos los casos la viña se refiere al pueblo de Israel, el Señor ha cuidado de su viña, pero, sin embargo, esta no ha dado los frutos esperados y por ello ha quedado abandonada y pisoteada. Así en el canto de la viña de Isaías, un canto de amor que, sin embargo, acaba en un horizonte sombrío de abandono e infidelidad.

En el salmo 80 el lamento por la situación de la viña se convierte en súplica: “Cuida esta cepa que tu diestra plantó… Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. (v. 16-20)

El mismo Jesús en la parábola de los viñadores homicidas (Mc 12, 1-12) tomará esta imagen de la viña para hablar de la historia de los profetas y de su propia muerte.

En el discurso de despedida la imagen de la viña adquiere una profundidad nueva, porque el elemento más característico es que el mismo Cristo se identifica con la viña. Ya no se trata del pueblo elegido por Dios, sino de su mismo Hijo. En la viña es Dios mismo quien vive a través de su Hijo, por eso no puede ser ya arrancada ni abandonada. Por la encarnación Dios mismo se ha plantado entre nosotros para darnos vida. El propio Cristo es el Pueblo de Dios, “Él reúne a los hijos de Dios dispersos”. Junto a la dimensión cristológica encontramos la eclesiológica: la Iglesia es la vid cuya cabeza es Cristo y los sarmientos somos nosotros que, permaneciendo unidos a la vid, recibimos la vida y damos fruto. La imagen de la vid en Juan es equivalente a la imagen del cuerpo utilizada por san Pablo.

Otro elemento que aparece en el texto es la necesidad de purificación. “El Padre corta todos los sarmientos que no dan fruto y poda a los que dan fruto para que den más fruto.” En esta necesidad de constante purificación se encuentra presente el misterio de la muerte y resurrección. Tenemos que morir  a todo lo que nos separa de Cristo, liberarnos del pecado de autoexaltación para volver a la sencillez y pobreza del mismo Señor. Así nuestro permanecer en Cristo nos renueva constantemente y multiplica nuestra fecundidad.

Un último dato que hemos de considerar es la referencia eucarística. El vino es el fruto de la vid y Cristo es el vino nuevo que nos da la vida de Dios. En la Didajé encontramos una plegaria eucarística en la que se exclama sobre el cáliz:

“Te damos gracias, Padre nuestro, por la vid santa de tu siervo David que nos has hecho conocer por Jesús, tu siervo.”

La celebración de la Eucaristía es el ámbito donde se vive la íntima comunión con Cristo y con los hermanos, donde nuestra fe se nutre con la savia vivificadora que recibimos de Cristo, nuestra vid.

José Francisco Riaza

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