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Domingo III de Cuaresma

Marcos 1, 12-15

Juan 2, 13-25

Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«Qué signos nos muestras para obrar así?».
Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».
Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».
Pero él hablaba del templo de su cuerpo.
Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Comentario

El evangelio de Juan menciona tres pascuas durante la vida pública de Jesús. La expulsión de los mercaderes del Templo coincide con la primera de ellas. La segunda se recuerda en 6,4 y la tercera es la de la Pasión.

     Este relato aparece recogido también por los tres evangelios sinópticos: Mt 21, 12-17; Mc 11, 15-19 y Lc 19, 45-48. No obstante tienen una diferencia cronológica, los Sinópticos sitúan la expulsión de los mercaderes al final de la vida pública de Jesús, mientras que Juan lo sitúa al principio. Los Sinópticos sólo conocen una estancia de Jesús en Jerusalem y sitúan en ella la purificación del Templo.

     Por la mención de las autoridades judías de los cuarenta y seis años que había costado la reconstrucción del Templo, el acontecimiento se situaría en el año 28 de nuestra era. Según la cronología de Juan, Jesús habría muerto en el año 30 y su vida pública habría durado dos años y medio aproximadamente.

     Los capítulos dos, tres y cuatro del evangelio de Juan tienen como tema común “un nuevo comienzo”. Podrían caracterizarse con el aforismo paulino “lo viejo ha pasado, existe ya algo nuevo”. (II Cor. 5, 17)

     En Caná el agua de las purificaciones de los judíos es sustituida por vino, en la expulsión de los mercaderes del Templo se habla de un nuevo templo,  en el diálogo con Nicodemo se habla de un nuevo nacimiento y con la samaritana se habla de un nuevo culto en espíritu y verdad. Todo ellos son signos de la novedad que trae Jesús.

     Si bien la redacción del relato de la expulsión de los mercaderes coincide básicamente con los Sinópticos, lo propio de Juan radica en los comentarios posteriores y en su discusión con las autoridades de los judíos.

     Jesús explica su acción diciendo: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Y los discípulos recuerdan una frase del Salmo 69: “El celo de tu casa me devora”. Se trata de un salmo muy utilizado por el Nuevo Testamento en sentido mesiánico y como profecía de la Pasión. En sentido del recuerdo de los discípulos es que la actitud de Jesús en el Templo va a ser causa de conflicto, y, en efecto, este hecho estará presente en el proceso contra Jesús, cuando le acusan de haber dicho que iba a destruir el Templo.

     Las autoridades judías interrogan a Jesús sobre lo que ha hecho en el Templo y le piden un signo que de testimonio de su autoridad, como se hacía con los profetas. Jesús se niega a realizar en ese momento ningún milagro, pero su respuesta nos remite a la Pascua: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”.

     Como es habitual en Juan, los judíos entienden la frase de Jesús en sentido literal, como referida al templo de piedra. Y el evangelista añade: “Pero él  hablaba del templo de su cuerpo”. Se nos remite a un sentido más profundo que sólo puede ser comprendido plenamente después de la Resurrección.

     La referencia a los tres días, además de ser expresión de un lapso de tiempo breve, es una clara alusión pascual, a los tres días resucitó.

     Jesús realiza un signo profético, al purificar el Templo, que la aristocracia sacerdotal había convertido en ocasión de negocio. Esto es cierto, pero el gesto de Jesús va más allá, es un auténtico signo mesiánico. Él viene a traer un nuevo tiempo y un nuevo culto, una nueva alianza, en la que el único mediador entre Dios y los hombres es Cristo muerto y resucitado. Ha comenzado el tiempo de un culto en espíritu y en verdad. Ya no se trata de ofrecer sacrificios de animales sino de entregar la propia vida por amor.

José Francisco Riaza

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