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Domingo II de Cuaresma

Marcos 1, 12-15

Transfiguración del Señor Marcos 9, 1-9

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: – Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados, y no sabían lo que decían. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: – Este es mi Hijo amado; escuchadlo. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

Comentario

El relato de la transfiguración aparece en el evangelio de Marcos después, concretamente a los seis días, de que Jesús haya anunciado su Pasión (8, 31-33) y las condiciones para seguirle: tomar la cruz. (8, 34-38)

Se presenta a Cristo glorificado como preludio de la Pascua. La Pasión y la cruz son el camino de la Resurrección, sin pasar por el Viernes Santo no se llega a la mañana de Pascua.

El relato tiene todas las características de una epifanía, de una manifestación de Dios. Tiene lugar en una montaña alta, lugar prototípico del encuentro con Dios. Se habla de la blancura deslumbrante de los vestidos y una nube los envuelve, signo de la presencia de Dios, de su “shekiná”, y evocación de la nube que acompañaba al pueblo de Israel en el desierto.

Jesús se hace acompañar de tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, los mismos que le acompañarán en la agonía de Getsemaní. También Moisés subió a la montaña acompañado por Aaron, Nadab y Abihú. (Ex 24,9)

Jesús se transfigura delante de ellos, les manifiesta su misterio, es el Hijo de Dios, contemplan la realidad  de Jesús en su gloria.

Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, que representan la Ley y los profetas. Se nos manifiesta así Cristo como la plenitud de la revelación, la Palabra definitiva que Dios ha dirigido a los hombres. Por otra parte, la ley señalaba que eran necesarios dos testigos para dar fe de un hecho. Los dos grandes profetas de Israel dan testimonio de Jesús. Él mismo es la Torá definitiva, la Palabra irrevocable de Dios.

La reacción de los discípulos, cuyo portavoz es Pedro, se mueve entre la ingenuidad y el temor reverencial en presencia de lo divino. Expresa un deseo imposible, permanecer allí para siempre. Desea instalarse en el momento de gloria y evitar el sufrimiento, como ya había hecho al anunciar Jesús su Pasión. Pero tendrán que bajar de la montaña. El propio Marcos, acompañante de Pedro y recopilador de su predicación, apostilla: “no sabía lo que decía”.

La propuesta de Pedro de hacer tres tiendas recuerda la época del Éxodo y quizá es una referencia a la fiesta judía de los Tabernáculos, así lo piensa Benedicto XVI en su “Jesús de Nazaret”.

La voz de Dios se hace oír: “Este es mi hijo amado; escuchadle”. Invita a acoger a Jesús, escuchar su palabra, tomar la cruz y caminar en pos de Él hacia la Pascua.

La primera parte del evangelio de Marcos comienza con la teofanía del Jordán en el bautismo de Jesús. La segunda se inicia con la teofanía del Tabor. Jesús es el Hijo del hombre, y el Hijo de Dios, el Profeta y el Siervo de Yahvé.

Al final del relato aparece una vez más el secreto mesiánico: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. El secreto se sitúa claramente en el horizonte de la Pascua, lo que han contemplado es un signo profético de la Resurrección. Los discípulos no entienden lo que ha dicho Jesús, lo comprenderán más tarde, en la Pascua.

La transfiguración constituye también la meta a la que estamos llamados todos los hombres.

José Francisco Riaza

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