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El rincón del feligrés

Jaime Romeo

“La parroquia es mi salvación. Me considero muy afortunado de poder dedicar mi tiempo a la parroquia”

Me llamo Jaime Romeo, tengo 76 años y estoy casado con Mª Cruz. Tenemos 3 hijos y 3 nietos y vivo en el barrio desde el año 1977. Nací en un pueblo de Aragón y en mi niñez, recuerdo la tranquilidad del pueblo. Me gustaba mucho tocar las campanas de la iglesia, donde fui monaguillo. En mi casa se respiraba ambiente religioso, íbamos con mis padres a Misa y recuerdo a mi madre vestida de negro, rezando rosarios y leyendo libros de vidas de santos. A los 15 años vine a trabajar a Madrid, y con mucho interés aprendí oficios. Trabajé en varias empresas y al final me coloqué en la empresa Renault en mantenimiento. En esa época, que yo estaba soltero, iba a misa todos los domingos, pero a iglesias diferentes para conocer las iglesias de Madrid, así que me conozco unas cuantas. Mi Fe en Dios siempre la he mantenido.

Cuando me casé vine a vivir al barrio, justo al lado de la ermita de San Blas, y quizás por vivir cerca, entablé una muy buena relación con D. Juan que era el párroco. Para mí era como un padre. Era muy místico, humilde y tenía un gran sentido del humor. La ermita se convirtió en mi segunda casa, donde además de rezar, arreglaba todos los desperfectos y averías que se producían. Recuerdo los grupos que se formaron por entonces: catequesis y el grupo misionero, con el padre Joaquín, misionero Comboniano, que atrajo a varias personas de la iglesia Virgen de la Nueva. Yo también me apunté a dicho grupo y aún continúo perteneciendo a él. Me tocó reparar y habilitar una sala de la ermita para dichos grupos. 

Mis hijos se bautizaron en la ermita y dos de ellos también se han casado allí. Mis 3 nietos también están bautizados en la ermita. Para la fiesta de San Blas, recuerdo que los panecillos los traían en banastas y venía muchísima gente a la fiesta. Un año vino el Nuncio de su Santidad. En Semana Santa, se sacaban en procesión al Cristo de la Salud y la Virgen de la Soledad y siempre sobraban voluntarios para llevarlos a hombros.

La parroquia es mi salvación. Me considero muy afortunado de poder dedicar mi tiempo a realizar tareas para que el templo esté impecable y que los parroquianos se sientan a gusto en las celebraciones. Considero que la misión de un buen cristiano es ayudar al prójimo y yo lo intento dedicando el tiempo que tengo, a tareas de reparación y mantenimiento. Y como ya me voy haciendo mayor y no puedo llegar a todo, desde aquí quiero enviar un mensaje para pedir voluntarios que ayuden a las tareas de reparación y mantenimiento del templo.

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