Comentario
La tarde del domingo de Pascua se encuentran los apóstoles, excepto Tomás, reunidos en Jerusalem, encerrados por miedo. Desde la mañana ya han recibido la noticia, por boca de las mujeres, de que el sepulcro está vacío, pero, aún dudan. Jesús se hace presente en medio de ellos y les saluda “Paz a vosotros”. Jesús les confía la misión de proseguir la obra que el Padre le encomendó a Él, anunciar la revelación de Dios y comunicar la salvación. Para ello les otorga el don del Espíritu y reciben el poder de perdonar los pecados.
Tomás, el discípulo ausente, no cree a sus compañeros cuando le dicen “hemos visto al Señor”. Y ocho días después, también el día primero de la semana, el domingo, vuelve a presentarse Jesús y Tomás confiesa su fe exclamando: “¡Señor mío y Dios mío!”
El texto termina con un elogio de Jesús a los creyentes de las futuras generaciones: “Bienaventurados los que, sin haber visto, crean”.
Con la confesión de fe de Tomás concluye el evangelio de Juan, puesto que el epílogo es un añadido posterior. El evangelio ha alcanzado su objetivo que es el testimonio de Jesús como nuestro Dios y Señor.
El texto subraya que el Resucitado es el mismo que el Crucificado, la persona de Jesús de Nazaret, por eso invita a Tomás a tocar las llagas y señales de los clavos, aunque no es de la misma manera, por eso se hace presente estando cerradas las puertas, ya no es el cuerpo físico, sino el cuerpo glorioso, ya no sometido a las limitaciones del espacio y el tiempo.
El encuentro con el Resucitado produce dos efectos en los discípulos: paz y alegría. Transforma su ánimo, que antes estaba marcado por el miedo y las dudas.
En un segundo momento, el Resucitado les confía la misma misión que Él ha recibido del Padre y les otorga para ello el don del Espíritu Santo. En realidad, Pascua, Ascensión y Pentecostés son un mismo acontecimiento, aunque los Sinópticos los presenten desplegados en el tiempo.
La misión recibida y el Espíritu Santo otorgado hacen posible a la Iglesia perdonar los pecados como antes lo ha hecho el mismo Jesús. La Iglesia actúa con el poder de Cristo y la fuerza del Espíritu. Por eso este domingo es denominado como el de la divina misericordia.
El encuentro del Resucitado con Tomás sirve para subrayar el valor de la fe. Muchos por la predicación de los Apóstoles y el testimonio de la Iglesia a través de los siglos han alcanzado la fe y proclaman a Cristo como su Dios y Señor.
José Francisco Riaza