Una de las imágenes que más me ha impresionado en mi vida ha sido ver el Palacio de Hielo lleno de ataúdes de los fallecidos por la pandemia. En esa misma pista, hacía pocos años patinaba mi hija, y un escalofrío me recorrió por dentro al recordarlo, y me vinieron estas palabras: ¡Dios mío, acógeles en tu seno!
Creo que en este tiempo, todos nos hemos encontrado más o menos de cerca con la muerte de un ser querido o conocido, bien feligrés de la parroquia, bien del barrio o de nuestra ciudad; y también más allá de nuestro propio país otros muchos, hermanos nuestros por la gracia de Dios Padre, creyentes de otras religiones e incluso ateos. Estas diferencias nos han dado igual; no hemos sentido la distinciones de credo, edad, raza, etc. Hemos rezado por todos los que nos han abandonado en este año 2020, por la pandemia que nos acosa o por otras causas.
Queridos hermanos que nos dejasteis, seguimos rezando por vuestro sufrimiento, vuestra entrega y vuestro ejemplo −tanto en el tiempo de confinamiento, como antes y después de este, al retomar la vida “ordinaria”−, en la Eucaristía diaria compartida y en nuestras oraciones personales.
Como creyentes, confiamos en que, por la inmensa generosidad de Jesús, hoy estéis viviendo la plenitud eterna junto a Él.
Que estas líneas sirvan para recordaros a todos vosotros que os habéis ido en silencio, en soledad, con el dolor de vuestras familias los más, y 55 en Madrid sin que nadie los reclame.