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El rincón del feligrés

Rafael Santos

¿Cómo te presentarías para que la gente de la parroquia te conozca?

Me llamo Rafael Santos y llevo en el barrio pocos años, desde que mi mujer —Dora— y yo nos mudamos aquí en 2017. Dentro de la parroquia, formo parte del Grupo Misionero que se reúne los martes.

Me encanta la literatura y, especialmente, la poesía. Profesionalmente, siempre me he dedicado a la edición, la mayor parte del tiempo, en las Obras Misionales Pontificias. Como ese nombre suena poco conocido, siempre hay que añadir: “Sí, donde se organiza el Domund…”. Trabajar en lo que a uno le gusta, y, encima, al servicio de la Iglesia, la misión, los misioneros, los más necesitados…, es un “regalo doble”, por el que tengo que dar muchas gracias a Dios.

¿Qué te aporta la parroquia, qué crees que puedes aportar tú, qué puede aportar la parroquia al barrio?

Para mí la vida de parroquia ha sido siempre una referencia importante. En los grupos de jóvenes de mi antigua parroquia descubrí la presencia del Señor en la comunidad y en los pobres, y también la profundidad de la liturgia. Eso me marcó muchísimo. Cuando he vivido en lugares donde no me era fácil integrarme en ese ambiente de parroquia, me faltaba algo. Aquí, en Santa Paula, lo tengo —lo tenemos, como matrimonio—, y lo valoro como otro regalo.

En Santa Paula he descubierto la fidelidad y constancia del Grupo Misionero; yo participo solo desde hace un año, pero lleva más de treinta cuidando de que la parroquia mantenga encendida la “llama misionera”. En él, cada cual comunica su propia vivencia de la misión de un modo sencillo y, por eso, muy profundo. Por mi dedicación laboral, intento aportar al Grupo cierto conocimiento sobre el fantástico Magisterio de los Papas sobre la misión.

A través de nuestro Grupo Misionero, siento que puedo/podemos sembrar en Santa Paula semillas para que sea, cada vez más, una parroquia misionera, alegre de poder llevar al mundo, y también a personas de nuestro barrio, la alegría del Evangelio: Dios existe, está cerca y “se la ha jugado” por nosotros; por muy “mal dadas” que vengan, tenemos una razón para vivir con esperanza.

Me gustaría terminar animando a los jóvenes de los grupos de nuestra parroquia a que “se dejen marcar” por esa experiencia de comunidad que a mí tanto bien me hizo, y la compartan de una manera sencilla y alegre con los demás. ¡Eso también es misión!

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